Día 3 del Omer: La Belleza de Dar en Armonía

Uno de los mandamientos más conocidos de la Torá dice: “Veahavtá lereajá kamoja” – Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, muchas veces nos detenemos en la primera parte —“amar al prójimo”— y nos olvidamos por completo de la segunda —“como a ti mismo”.

¿Pero cómo se ama verdaderamente al otro si uno no se ama a sí mismo? ¿Cómo se da desde el corazón si ese corazón está desconectado, desnutrido, agotado?

Durante muchos años de mi vida, creí que amar era sinónimo de entregarme por completo a los demás. Pensaba que el amor verdadero implicaba anular mis propias necesidades para estar siempre disponible para quien me necesitara. Así aprendí a amar: dando, sirviendo, estando... incluso cuando por dentro sentía que me estaba apagando.

Y aunque dar es una virtud sagrada —Jesed, la bondad expansiva—, descubrí con el tiempo que cuando damos desde el olvido de uno mismo, el Jesed pierde su equilibrio. Dejamos de dar desde el alma, y comenzamos a dar desde la desconexión. Lo que parecía amor, en realidad, se volvía una cadena invisible que me alejaba de mí misma.

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que algo dentro de mí se estaba desdibujando. De tanto mirar hacia afuera, dejé de mirar hacia adentro. De tanto atender a los demás, dejé de atenderme. Empecé a tomar decisiones no por convicción, sino por expectativa. Elegía caminos, palabras, incluso silencios, en función de lo que otros necesitaban o esperaban de mí.

Y entonces, poco a poco, dejé de escucharme.

La desconexión no ocurre de un día para otro. Es sutil. Es silenciosa. Se cuela en los actos cotidianos, en las respuestas automáticas, en el “sí” que debería haber sido “no”, en el cansancio que ignoramos porque “no hay tiempo para mí”. Nos convencemos de que está bien vivir así. Que “ya habrá tiempo después”. Pero ese después nunca llega… si no lo llamamos hoy.

Escucharse a una misma es un acto de amor. Es un acto de responsabilidad espiritual. Porque cuando me escucho, reconozco que también soy creación divina. Que mi alma también merece cuidado, atención y espacio para expresarse.

Fue en uno de esos momentos de vacío interior que entendí algo profundo: no es posible dar de verdad si una no sabe recibir. Y no es posible recibir si no sabes lo que necesitas.

Aquí entra la energía de Tiferet, la armonía, la belleza que equilibra. Tiferet no anula el dar, lo afina. Le da dirección. Nos enseña que para amar de forma auténtica, primero hay que reconectarse con la verdad del alma. Solo así el dar se convierte en algo completo, bello, verdadero.

En este día 3 del Omer —Jesed shebeTiferet—, la invitación es clara: cultivar un amor que también se da permiso para ser honesto. Que reconoce los propios límites. Que honra las propias necesidades. Que no se anula, sino que se alinea.

Hoy quiero invitarte a un ejercicio muy simple, pero poderoso:
🌿 Tómate tres minutos. Cierra los ojos. Respira. Y pregúntate con sinceridad:
¿Qué necesito?

Escucha sin juzgar. Tal vez lo que necesitas no es lo que esperabas. Tal vez te sorprendas. Y tal vez ahí mismo, en esa escucha honesta, comience un nuevo tipo de amor.
Un amor con raíz. Un Jesed con Tiferet.
Una entrega que no te roba, sino que te completa.

Porque en la armonía entre el dar y el recibir, se encuentra la belleza del amor verdadero. Y eso… también es sagrado.

Anterior
Anterior

Tikun HaKlali: Una llave espiritual para la reparación del alma

Siguiente
Siguiente

¿Pensando en convertirte al judaísmo?